Érase
una vez una escritora que inventaba mil aventuras. Ella no era una escritora
corriente. No se sentaba delante de un ordenador y se ponía a teclear lo más
rápido que sus ágiles dedos le dejaban.
Ella
era una literata diferente. En su vida lo único que había hecho era escribir.
Se levantaba por la mañana y lo primero que hacía era comer algo rápido,
prepararse una cafetera, y sentarse delante de su escritorio.
No os
penséis que como muchas escritoras, escribía con su gato sobre el regazo. Ella
no, ella estaba sola. Necesitaba estar sola para crear sus mundos, para
inventar sus historias, para rebelar sus secretos al mundo.
Todos
los días tenía el mismo ritual. Sentada en el escritorio que ella misma había
recuperado de una tienda de segunda mano. Era un escritorio antiguo, pequeño,
donde solo cabían un par de folios y su pluma. Sí, porque ella escribía con
pluma. En uno de los cajones del escritorio guardaba cientos de ellas. A cada
cual más bonita que la anterior. Nunca escribía con la misma.
En el
escritorio también descansaba su tarro, donde ella mojaba la punta y escribía
despacio, fijando cada palabra en su memoria. Porque aquella escritora se
deleitaba en las palabras, las frases, las comas, los puntos y las tildes.
Nunca
tachaba, sus hojas estaban impolutas, más bien parecían sacadas de un libro
impreso, más que hechas a mano.
Todos
los días el mismo ritual. Sentada con el café entre las manos, y la pluma
descansando sobre el papel, absorbía todo el aroma que salía de la taza
humeante. Daba un sorbito del café hirviendo, y mientras notaba como ese calor
le invadía el cuerpo hasta el estómago, cerraba los ojos en busca de ideas.
No
tenía que pensar mucho, jamás leía nada que ya había escrito. Jamás corregía
nada. Mojaba su pluma y empezaba a escribir, despacio, sin prisas, saboreando
sus imágenes en la cabeza, desgranándolas en palabras que se dejaban imprimir
en el papel.
La
escritora disfrutaba con cada letra, con cada idea, con cada momento, sus
mundos llegaban a ella sin dilación.
Sus
días estaban dedicados por completo al arte de escribir, no tenía familia, no
tenía amigos. Pero a ella no le hacían falta. Solo vivía por y para las
palabras. Así era feliz.
Una
mañana se levantó y cuando estaba ya sentada con el café en la mano, se dio
cuenta de que le faltaban palabras, de que las ideas ya no eran suficientes, de
que las letras le bailaban sin sentido.
La
escritora, ni corta ni perezosa, fue en busca de otros mundos, viajó sin
descanso por aire, mar y tierra, buscó palabras en los rincones más oscuros del
planeta, halló letras desconocidas para ella.
Tan
centrada que estaba en busca de nuevas ideas y de nuevas palabras, que no se
dio cuenta de que el destino le tenía reservada una sorpresa. En una de las
ciudades en las que había buscado sin descanso, entró en la Biblioteca. Siempre
entraba en todas con las que se encontraba.
Allí en
un rinconcito había un chico que no levantaba los ojos del papel. Escribía con
bolígrafo normal, y sus hojas estaban llenas de tachones, los folios estaban
desparramados por toda la mesa, y él se tocaba el pelo con desesperación en
busca de alguna palabra que no quería venir.
La
escritora lo observó por un rato, y sonrío al ver la escena. Se acercó a él por
detrás y leyó lo que estaba escribiendo. La palabra que le faltaba le vino a su
cabeza como lo había hecho siempre. Con facilidad, sin prisas. Ella se la
susurró al oído y él la escribió.
Cuando
se dio la vuelta ella ya estaba en otra estantería pasando sus manos por los
tomos de aquellos viejos lomos. Se acercó a ella y le dio las gracias. Ella
sonrió tímida. No hablaron más. Se deleitaron con los libros que allí
encontraron, él le enseñó a ella tesoros escondidos, y ella a él palabras inusitadas.
Ella no
quiso buscar más, se quedó dónde estaba. Aquella ciudad era bonita. Pero no se
quedó por las bellas puestas de sol, ni por las playas de arena blanca. Su
nuevo compañero de aventuras la llamaba como si los dos fueran imanes de polos
opuestos.
Se
instalaron en una pequeña casa. Ella trajo su escritorio. Juntos buscaron el de
él. Los pusieron juntos, y así cada mañana se levantaban, se hacían su cafetera
y se sentaban a oler aquel delicioso aroma. Luego se ponían a escribir, él con
su bolígrafo y sus tachones, ella con su pluma y sus folios blancos.
Qué historia tan bonita, María! Casi he sentido envidia de esa escritora para quien todo era fácil, fluido, sin dudas cuando de escribir se trataba. Creo que es la escritora perfecta, por más que hay muchas formas de llegar a buen puerto, como bien demuestra el muchacho, su contrapunto en casi todo. Me ha encantado!!
ResponderEliminarUn besillo de tarde.
No sé yo sí yo sería capaz de hacer lo que hace ella, escribir sin prisas y tomándome esa tranquilidad. Yo intento ir más rápido, pero mis dedos no me dejan, jajaja
EliminarUn besillo Hermana de Letras.
Qué historia más chula! Me encantaría ser esa escritora, dedicarme solamente a escribir, con café y si ha de haber algún compañero, pues lo aceptamos! Me ha encantado, María, y tu voz narrativa me chifla! Puedo oler hasta el café desde aquí! Besitos!
ResponderEliminarUmmm el olor a café es uno de mis grandes olores.
EliminarClaro que sí, aceptamos a todo el que venga, jejeje.
Un besillo.
Que bonita historia, tan soñadora, tan dulce, parece un poema más que un relato. Me trasladaste como en alitas de murciélago a esos lugares donde ella buscó y su encuentro con aquel muchacho. No envidien chicas, todas encontramos o encontraremos a nuestro desordenado escritor. Un beso Maria, muuuuy lindo!
ResponderEliminarSí todas más tarde o más temprano lo encontramos. Aquella parte que nos complementa.
EliminarUn besillo.
Que bonita está historia María, me ha gustado mucho!!
ResponderEliminarBesin XD
Muchas gracias Virginia.
EliminarSe hace lo que se puede.
Besillos.
Qué linda historia María Me ha gustado mucho. Gracias por escribir cosas tan bonitas. Besos
ResponderEliminarMuchas gracias Mercedes.
Eliminar¡Con qué buenos ojos me miras!
Un besillo.
No hay duda sobre algo: la soledad no es indeseada a veces, pero en otras ocasiones encontrar una persona que te complemente no tiene precio. Esta escritora encontró eso mismo en una persona opuesta a ella en su forma de organizarse, pero compartieron casa y días juntos, y amaneceres y escritura. ¡Un beso!
ResponderEliminarQué bonitas palabras para complementar mi relato.
EliminarMuchas gracias por leer y pasarte.
Un besillo.
Cuánta ternura y dulzura se respira en esta historia. Se complementaron a la perfección. Me gustaría que finalmente acabasen escribiendo un nuevo mundo juntos.
ResponderEliminarSeguro que lo hacen, es lo bueno de escribir juntos, que tarde o temprano todo se pega.
EliminarUn besillo.
Precioso relato María. Dos formas tan distintas de expresar pero sólo una para compartir. Parece que oigo el rascar de la pluma en la rugosidad del viejo papel...mmmhhh. Aunque bueno, la tecnología también nos ha traído grandes cosas, como esta maravillosa forma de comunicarse que es el blog, je, je
ResponderEliminarBesos
Me ha encantado ese sonido "el rascar de la pluma en la rugosidad del viejo papel". Me encanta escribir con pluma, pero es verdad que gracias a Internet, podemos hacer estas cosas.
EliminarUn besillo.
Estás creando un mundo de escritoras, muy dispares entre sí. Esta es maravillosa, tal como su historia. Un bello relato que coge de la mano al lector y lo transporta de una manera muy agradable hasta su conclusión, ese amor que anhela la soledad y que nos deja tan buen sabor de boca en su hermoso desenlace Me ha encantado.
ResponderEliminar¡Abrazo, Hermana de Letras! ;)
No todo va a ser malo. Existen escritoras buenas también, y esta es un ejemplo.
EliminarEs que me estoy volviendo loca con tantos asesinatos y sangres, ahora dentro de poco vampiros. Necesito algo de amor. Jjajaja
Un besillo Hermano de Letras.
Una escritora envidiable, todo en ella fluye con naturalidad. Un abrazo.
ResponderEliminarLo mejor de todo es que ella es feliz así.
EliminarUn besillo.
Me gusta la idea de que dos literatos con estilos tan (TAN) dispares acaben encontrándose y creando un nuevo mundo juntos. Precioso, muy bien descrito, y tan dulce como me gusta a mí el café. Un beso, María.
ResponderEliminarOhhh que bonitas palabras. Llenas de dulzura y cariño.
EliminarMuchas gracias.
Un besillo.
¡Qué historia más preciosa María! Aixx.. cuanta ternura en cada palabra leída, me ha encantado. Es una historia de amor ligada a la escritura. Con un final que nos dice que siempre hay un símil para cada uno, que nos dará esa parte que no creímos necesitar pero que nos complementará cuando andemos perdidos.
ResponderEliminarBesitos.
No puedo evitar escribir sobre el amor ligado a la escritura. Me encanta. Enamorarse a través de las letras...
EliminarUn besillo guapa.
La primera vez que me paso por aquí a leer una historia bonita y de la que siento cierta envidia. Ojala las obligaciones del día a día me dejaran sentarme cada mañana a escribir y pudiera encontrar inspiración siempre jaja un saludo!
ResponderEliminarBienvenida a mi rinconcito. Me alegro de que te haya gustado. Encontrar la inspiración no siempre es fácil. Pero seguro que las musas nos visitan más d elo que pensamos. Solo hay que escucharlas.
EliminarUn besillo.
Un bonito relato , la vida de dos escritores solitarios que una es ordenada e impoluta y el otro es todo lo contrario. Sus vidas se unen y juntos escriben su maravilloso mundo de creación. Un abrazo
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado y que hayas disfrutado con este relato. Vida de escritores en letras.
EliminarUn besillo.