Llevaba
días sin salir de casa. Sentado delante de mi ordenador escribía como un loco
con todas las persianas bajadas. Madrid en pleno julio con olas de calor
anunciadas en todos los telediarios era un verdadero infierno. Sinceramente
creo, que cuanto más escuchas que vienen olas de calor, más calor tienes. Así
que decidí encerrarme en mi casa, cerrar todo, poner mi aire acondicionado y
centrarme en mi novela.
Esa
noche abrí un poco las ventanas para que se aireara mi casa. Fue algo
extraño, en vez de entrar aire, noté como salía de casa. Pensé que me lo había
imaginado, y me volví a sentar en el ordenador para continuar con mi tarea.
Me
quedé mirando la pantalla con las manos sobre el teclado, pensando en la
continuación. Lo que yo pensé que fueron minutos, se convirtieron en horas en
la misma posición. Me eché hacia atrás en el sillón. Demasiado tiempo ahí
sentado, necesitaba que me diera el aire. Miré el reloj, las doce y media de la
noche. Se había hecho muy tarde. Así que me fui a la cama.
A la
mañana siguiente me levanté con dolor de cabeza. Un dolor que me atravesaba el
ojo izquierdo hasta llegar a la nuca. Me levanté, me tomé un ibuprofeno y me
volví a acostar, no sin antes cerrar las persianas y ponerme el aire. Sabía que
eso no aliviaría mi dolor, pero no se podía respirar.
A media
tarde me encontraba mejor, así que decidí comer algo, ducharme y salir a ver
alguna obra de teatro. Me encanta vivir aquí. Cada día hay alguna obra con la
que disfrutar. Ese día era miércoles, lo recuerdo porque era el día del
espectador y no sabía si ir al cine o al teatro. Me decanté por una obra de un
teatro cercano. Me fui andando.
Por el
camino vi algo extraño. Al lado de un contenedor había un piano de cola. No
parecía roto, así que no me contuve y fui a tocarlo para ver si estaba afinado.
Do, Re, Mi,… sí parecía afinado, pero sonaba algo raro.
Seguí
andando hasta llegar al teatro. Me senté en una sala vacía. Solo estaba yo
entre miles de butacas. Me sentí extraño, pero pensé que nadie querría salir
con este calor, o que la gente estaría en el cine. Salieron los actores a
escena. Me acomodé dispuesto a disfrutar. Pero cuando empezaron a hablar, me
quedé mudo. Los actores estaban de pie frente a mí, sin ni siquiera
moverse por el escenario. Sus miradas perdidas miraban al fondo de la sala y escupían
las palabras sin ninguna entonación.
Salí de
allí lo más rápido que pude. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, algo estaba
pasando. Caminando por la calle me fije más en la gente. No encontré ni una
sola persona con unos cascos puestos. Algo raro. Nadie escuchaba música. No
había músicos callejeros con violines o guitarras. Ni siquiera un acordeón.
Vagué
sin rumbo fijo por las calles donde sabía que siempre había alguien tocando.
Nadie rondaba las calles. No había ruido. La gente no paseaba, iba rápido con
la mirada al frente o mirando hacia el suelo. Los que iban acompañados, ni
siquiera hablaban.
Unos
gritos me sobresaltaron. Un hombre desaliñado con una barba blanca gritaba
encima de una caja. A su alrededor había gente que se agolpaba para escucharlo.
Me acerqué.
- ¡Las
musas se han ido! ¡Las musas han desaparecido! ¡Se han llevado la inspiración!
¡Ya no hay música, ni cuentos, ni actuaciones, ni magia! ¡Las musas se han ido!
¡Hay que encontrarlas!
Una voz
salió de entre toda esa gente. Era la mía, pero no recuerdo haber hablado.
- ¿Cómo
sabes que se han ido?
- Buen
señor, el hombre no ha tratado bien a las musas, las ha usado cuando ha
querido, y las ha dejado en un rincón, cuando ya no las necesitaba. Las musas
se han hartado de ser ignoradas. Se han ido donde se las valore más.
Y allí
nos quedamos mirándonos los dos. La gente se fue dejándonos solos, mientras nos
retábamos con la mirada. Me negaba a creérmelo. Salí corriendo dejándolo allí.
Corrí lo más rápido que pude hasta mi ordenador. Encendí la pantalla y leí mis
últimas palabras. Esto fue lo último que escribí:
Jknksjdhs udf hksld ksndkmsdf nap dlñ, ñ<lkmjdi
kslskdjsdj am, sdldksocorromlsk dejelnsomosdnltusksj lskjd lsnxmusaslmlkj slj hja sdkljfkysálvanosmnfwnefweh.
Me ha parecido una historia genial y aterradora a la vez.
ResponderEliminarCreo exactamente igual que tú, cada vez más las personas dejan a un lado su creatividad, su imaginación, su ARTE.
Hace poco viaje estuve por Madrid y me lleve una gran decepción al pasear por ella de noche. He estado varias veces por allí pero ninguna comparada a ésta. Las calles carecian de vida, los edificios, los bares, pero sobre todo la gente.
Me senti como en una película en la que el mundo habia acabado y solo quedaban zombis que vagaban por las calles.
En conclusión creo que has hecho un gran trabajo con este texto, debemos encontrar esas musas perdidas y tratarlas lo mejor posible para que nos ayuden a volver a crear ilusión en este mundo tan carente de ella.
Demasiados estímulos fáciles y mucha tecnología. Las musas están ahí, solo tenemos que escucharlas. Es una pena que te encontrarás una Madrid tan desoladora. Yo que la visito poco, me la imagino siempre llena de vida con tanto teatro y espectáculos.
EliminarUn besillo y gracias por tu visita.
Menos mal que las tuyas no se han ido!
ResponderEliminarMe entrado un escalofrío al leer el final, genial!! Me ha encantado :)
Besillos!
Espero que hayas encontrado el mensaje cifrado...
EliminarMuchas gracias. Un besillo.
¡Estupendo relato! Esperemos que algo así nunca suceda, el mundo necesita de las musas.
ResponderEliminar¡Saludos!
Esperemos, porque un mundo sin musas sería como... No tengo ni descripción para ello. Un besillo.
EliminarQué bonito relato María y qué triste me ha parecido el mundo sin esas musas que nos alegran la vida con relatos como el tuyo, con la música, el teatro.
ResponderEliminarUn saludo
La verdad es que esas musas nos alegran la vida con el arte, que es genial. Sin él no podríamos vivir.
EliminarUn besillo.