Desde
que tengo uso de razón he querido ser princesa. Sí, pero no una princesa de
esas con obligaciones. No, he querido ser princesa de cuento. Desde muy pequeña
toda mi ropa era de color rosa. Sí me intentaban poner otro color me enfadaba y
me ponía a llorar como una loca. He llegado a romper vestidos que me regalaban
con las tijeras de la cocina, con tan solo ocho años.
Mis padres pensaron que la
adolescencia me cambiaría, y sí lo hizo, acepte otros colores en mi ropa. Todos
en tono pastel, pero siempre iba con vestidos y faldas. Jamás me puse unos pantalones.
A las clases de gimnasia iba con unas falditas monísimas como las que llevaban
las tenistas, hiciera frío o calor.
Mi
habitación estaba llena de posters, pero no de actores y cantantes del momento,
sino de mis princesas favoritas. Allí estaba Blanca Nieves, Aurora, Cenicienta,
Ariel, Bella,… y por supuesto sus príncipes.
Yo
soñaba con convertirme en una de ellas, quería ser una princesa de cuento. Y
para ello tendría que encontrar a mi príncipe azul. Muchos chicos se habían
acercado a mí, pidiendo darme mi primer beso de amor. Yo los había rechazado a
todos. No me interesaban, ninguno estaba a la altura.
Cuando
acabé el instituto tuve que pensar en mi futuro, más allá de mi príncipe azul.
Ya había cumplido los 17, y él no se había presentado. Así que después de una
larga charla con mis padres diciéndome que tenía que bajar de las nubes y que
no podía depender de ningún hombre me decidí.
Me
encantaba la fotografía, siempre me había gustado. Mis padres me compraron una
buena cámara con la que me pasaba los días haciendo fotos. Así que me puse a
estudiar en la escuela de arte.
Y a
pesar de hacer lo que me gustaba, aún me faltaba algo. Mi príncipe azul no
aparecía. Hasta que un día conocí a Javier. Mis amigas se habían ido fuera a
estudiar distintas carreras, y a su vuelta hicieron una fiesta para reunirnos
todas. Allí conocí a Javier, un chico vestido de marca, un chico con clase, un
futuro abogado.
Nos
pasamos toda la noche hablando. Él era mi príncipe azul, lo había encontrado. A
la hora del amanecer, salimos a la terraza a ver el sol salir. El frío de la
madrugada nos pegó en la cara erizándonos la piel, él me abrazó, y allí, con el
cielo rosado anaranjado, recibí mi primer beso. Me abandoné a sus brazos, y
supe que sería suya para siempre.
A
partir de ese momento todo fue muy rápido. Javier me presentó a sus padres, y
cuando vi en su casa, no me cabía la menor duda de que no me había equivocado.
Para entrar atravesamos una verja de hierro y caminamos hasta la entrada
rodeados de abedules.
Aquello
más que una casa, era una mansión. Su padre había sido un buen abogado, y ahora
era juez. Aparte de eso tenía una gran fortuna por la compra venta de casas,
que era su segundo negocio. Javier tenía una hermana. La que califiqué como mi
bruja del cuento.
Cuando
conocí a sus padres, fueron encantadores conmigo, pero su hermana me miró con
desdén. Las siguientes veces que nos vimos no me hablaba y me ignoraba todo el
tiempo que estaba a su lado.
Cuando
anunciamos la boda, después de seis meses de relación, nuestros padres nos
llamaron locos, y nos dijeron que esperáramos por lo menos a terminar nuestras
carreras. Javier tenía una de las casas de su padre totalmente arreglada para
él, así que decidimos vivir allí hasta que tuviéramos buenos trabajos. Yo me
ganaba un dinerillo haciendo fotos a niños y haciéndoles álbumes preciosos.
Pero yo
no quería trabajar, yo quería ser princesa de cuento. Con lo que al año de
anunciar nuestra boda, nos casamos. La boda fue perfecta, de cuento de hadas,
en la casa de mis suegros. Aquel jardín infinito se llenó de invitados. Y yo
bailaba con mi amor entre los motivos rosas que adornaban la carpa.
Ese fue
mi último día de mi cuento de hadas. Javier y yo nos fuimos a vivir a la casa
que su padre nos amuebló como regalo de bodas. Aquella casa se convirtió en mi
prisión. Javier se pasaba el día en la calle, se iba a clases por la mañana y
llegaba de noche. Se sentaba en el sofá y yo le hacía la cena. Él estaba muy
cansado. Al principio no me importó, pero pronto me di cuenta de que yo tenía
que limpiar todo y de que no sabía qué hacía él todo el día.
Subsistíamos
con lo poco que yo ganaba con mis trabajos de fotografía. Me presentaba a
concursos, y un día me llamaron diciéndome que había ganado un premio de gran
prestigio por una de mis fotos. Salté de alegría y fui corriendo a buscar a
Javier a la Facultad. No lo encontré. Lo llamé por teléfono, y no me lo cogió.
Pregunté por allí y nadie lo conocía.
Así que
fui a casa de sus padres, no me gustaba porque no quería tropezarme con la
arpía de mi cuñada, pero quería encontrarlo. Quería compartir con él mi buena
noticia. Aunque algo me decía que esa buena noticia se acabaría nublando.
Entré a
su casa con mis propias llaves que muy amablemente me habían dado mis suegros.
Su casa era un remanso de paz. Jamás se gritaba allí, no se oía el más mínimo
ruido. Con lo que en vez de gritar su nombre busque habitación por habitación.
No había nadie. Y solo me quedaba la habitación de mi bruja de cuento. Toqué y
nadie me contestó, abrí la puerta y me encontré a mi cuñada retozando entre las
sábanas con alguna de sus conquistas.
Iba a
cerrar la puerta con un perdón, cuando
vi la ropa por el suelo. Esa ropa me sonaba, me acerqué a la cama y
levanté las sábanas sin ningún pudor. Debajo me encontré la peor de mis
pesadillas. Mi príncipe desnudo besaba a mi bruja de cuento.
Los dos
me miraron con sorpresa. Él sonrió y ella rio con todas sus fuerzas. Yo salí
corriendo. Llegué a mi casa, recogí todas mis cosas y me fui. Las lágrimas me
curaron de mi gran pérdida y yo volví con mis padres.
Bajé de
las nubes en pocas semanas. Nuestro divorcio fue rápido, gracias a que su padre
lo arregló todo. Javier había dejado su carrera hacía mucho tiempo, y tenía a
sus padres y a mí, engañados. No volví a verlo, ni a él ni a su hermana. A sus
padres sí, ellos fueron los que me pidieron perdón.
Ahora
mi nombre se oye en el mundo de la fotografía, mis fotos han dado la vuelta al
mundo, ya no quiero ser princesa. Solo quiero ser feliz al lado de mi verdadero
amor. De lo único que saqué bueno de mi cuento de hadas. De mi niña preciosa a
la que no visto de rosa. Ella ve a sus abuelos, pero con la única condición de
que Javier no sepa nada de que tiene una hija.
Y yo
por primera vez en mi vida soy feliz, feliz porque no espero nada de la vida,
solo la vivo.
Debo decir que esta historia tuya me ha sorprendido mucho, María, y para bien. Tus relatos suelen ser más cortos y la temática elegida también me ha sacudido por dentro. Sin duda el cuento tiene muchas moralejas y muchas lecturas, por lo que resulta genial. Esta princesa del siglo XXI despertó por fin de su cuento y empezó a vivir una vida que no sería de color rosa, pero que era plena. Muy bueno, me ha encantado :)
ResponderEliminarBesitos de finde, Hermana de Letras.
Sí, mis relatos son más cortos. Mis musas despiertan cuando llevo un rato tecleando y ya no quieren parar. Les cuesta arrancar, pero cada vez les cuesta más parar. Muchas gracias Hermana de Letras.
EliminarTodas las mujeres soñamos con ser princesas desde que nacemos, al menos yo lo hacia y sólo me ponía vestidos color rosa como la protagonista. Lamentablemente, también, la mayoría nos encontramos con lobos feroces durante la búsqueda del príncipe, el cual no debemos hallar sino dejar que nos encuentre. Felizmente ahora las princesas, porque todas lo somos, abrimos los ojos y vemos que no dependemos de ningún príncipe para tener nuestro final de cuento de hadas. Me gustó mucho. Besotes.
ResponderEliminarAyyy yo no era de esas que vestía de rosa, pero si de las que soñaba con su príncipie azul. Afortunadamente, como tú bien dices, no hace falta un príncipe azul para el final feliz. Un besillo.
EliminarCiertamente, los cuentos de princesas han hecho mucho daño...al final todas nos llevamos el chasco de nuestra vida. Pero supongo que hay que seguir soñando de vez en cuando. ¿No crees? Arriba en las nubes se está muy bien. ¡Un beso María!
ResponderEliminarLos sueños nunca deben perderse, para eso están. Y si nos caemos, nos levantamos y solucionado. Un besillo.
EliminarPobre que terrible manera de despertar a la realidad!!!
ResponderEliminarEs curioso cuantos sapos que no se convierten jamás en principes existen en la vida y lo peor es que no se descubren a simple vista, tiene que pasar tiempo para que uno se percate que aquello no es bonito, ni el tipo un príncipe y que no hacen falta para ser feliz.
Un saludo María
Supongo que para descubrir al que de verdad es nuestro príncipe, debemos encontrarnos con muchos que no lo son. Si no, ¿Como lo íbamos a saber? Un besillo.
EliminarUna historia de la que toda mujer de hoy en día debe de aprender y también los padres, jamás debemos de permitir que las niñas vivan esperando a un príncipe, han de crecer sabiendo que por encima de todo han de volar solas, después ya habrá tiempo si quieren de hacerlo de la mano de alguien
ResponderEliminarSí, tenemos que enseñar a nuestras niñas que el mundo no es un cuento de hadas, pero también tienen que equivocarse, como nosotras, que hemos encontrado alguna rana por el camino. Y por supuesto, educarlas para ser autosuficientes. Un besillo.
EliminarYo creo que voy por la mitad del cuento... En espera del final. Excelente como siempre. Saludos
ResponderEliminarAyyy el cuento se acabó. Aunque es posible que nuestra protagonista encuentre otro príncipe azul que la haga soñar de nuevo. Un besillo.
EliminarOlé, olé y olé!
ResponderEliminarBuenísimo tu post de hoy, de verdad. La culpa e snuestra por creer en cuentos de hadas y princesas. DEsde pequeñitas deberían decirnos que no existen, o que el príncipe azul siempre destiñe. Nos llevaríamos menos chascos...
Besos.
También está bien creer un poquito en cuentos de hadas, pero solo un poquito, para que cuando llegue tu príncipe azul de verdad, puedas encontrarlo. Un abrazo.
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