Y yo me he enfadado mucho, desde pequeña me enseñaron que los libros son sagrados. Podía pintar las paredes con rotulador, pero tenía totalmente prohibido doblar la página de un libro, romperlo o pintarlo. Ese amor por los libros me lo enseñó mi madre, que tenía mi casa redecorada con estanterías repletas de libros. Había libros por todas partes, y ella se los leía todos.
Supongo que ese amor por los libros es lo que hace que me enfade tanto cuando los rompen. No me molesta tanto que rompan un juguete, y sí, me enfado, como toda madre que ve su cuarto lleno de juguetes, y todos tirados por los suelos, viendo el poco valor que les dan a las cosas. Pero bueno, ese es otro tema. Porque las cosas cuestan un dinero, y a veces, y tenemos que enseñarles a los niños que los juguetes no caen del cielo.
Pero con los libros no pienso en el dinero que me he gastado, es algo sentimental, es algo personal. Y creo, que a pesar de todo, mis hijas lo han heredado.
Y digo que lo han heredado porque uno de los pasatiempos de mis hijas es sentarse en la alfombra de su cuarto y ponerse a "leer" cuentos. Me piden más, voraces de historias y dibujos nuevos. En cuanto he visto el cuento roto en la alfombra la he castigado. Le he quitado todos los cuentos y le he dicho que ya no puede verlos más.
No sé si ha entendido el concepto, pero su cara de desolación con solo dos añitos me ha partido el alma, ha empezado a llorar, y yo para evitar la tentación de cogerla y consolarla, he salido de la habitación y la he dejado con su llanto en mitad de la alfombra, sola.
Ella, como siempre hace, ha ido en busca de su hermana mayor a buscar consuelo, que con sus cuatro años, ya toda una mujer, le ha explicado que los cuentos no se rompen.
- Los cuentos no se rompen ¿Por qué sabes qué pasa? Que mama los tira a la basura y nos quedamos sin cuentos.
Una lógica aplastante, una visión de la que yo no era partícipe hasta ahora. Y ha seguido:
- Ve y pídele perdón a mama y dile que no lo vas a hacer más.
Dócilmente mi hija ha venido hasta a mí, a pedirme perdón y a decirme que quería más cuentos. Con todo el dolor de mi alma le he dicho que no, que estaba castigada, que los cuentos no se rompen. Y ha roto a llorar, un llanto desconsolado, como si le hubiera quitado lo más preciado. Así que la he abrazado y la he consolado, pero no le he dado más cuentos.
La verdad es que me ha costado no volver a darle lo que ella quiere, pero pienso que tiene que valorar sus cosas y sobre todo sus libros. Y en medida de lo posible yo se lo iré enseñando. Me equivocaré o no, pero sé que intento inculcarle el mismo amor por los libros que me enseñaron a mí.
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