2/3/15

Mi mordaza

      Lo que más oía a mi alrededor era que no me paraba la boca, que no podía callarme ni debajo del agua, que siempre decía lo que pensaba sin reflexionarlo antes. Me decían que tenía que callarme más a menudo. Que no todo el mundo estaba preparado para oír la verdad. No todo el mundo sabía aceptar la realidad de la misma manera. Y que me estaba quedando sola y creándome enemigos, simplemente por el hecho de decir la verdad a la cara en todo momento.


      A la vecina del quinto no le gustaba que le dijeran que tenía un bigote bastante pronunciado que tenía que depilarse. Al profesor de mi hija no le hacía mucha gracia que le dijera que tenía faltas de ortografía. Mi padre salía de mi casa enfadado cuando le decía que creer en Dios no era lo mejor para mí, ni para mi hija, y que no la iba a bautizar. Mis amigas dejaban de llamarme cuando les decía que el tío con el que estaban en ese momento era un idiota, por no decir algo más fuerte. Solo me devolvían las llamadas cuando el chico en cuestión desaparecía de sus vidas. Mi marido me miraba con cara de odio cuando le decía que la basura no levitaba hasta el contenedor o que las botellas de agua no se llenaban solas.


      Así que un día, ya harta de los comentarios de la gente, o de las malas caras o las faltas de llamadas, decidí ponerme un esparadrapo en la boca. Decidí callarme para siempre y no volver a abrir la boca, sino era para decir si.





      El primer día fue malísimo, mi compañera de trabajo se pasó toda la mañana con algo entre los dientes que me estaba volviendo loca. Terminé evitándola, y aislándome en mi cubículo personal. Recogí a mi hija del colegio y me fui directa a casa intentando no coincidir con nadie. Pero me encontré con mi vecina del bigote en el ascensor, mis ojos se dirigían solos hacia esos pelos negros que asomaban debajo de la nariz. Por fin llegué a mi piso y salí atropelladamente con la niña de la mano, y escupiendo un "buenos días".


     En mi casa no fue mucho más fácil, mi hija hizo esa tarde todo lo que le vino en gana, y yo con mi esparadrapo en la boca la dejaba hacer, la dejaba gritar, la dejaba salirse con la suya mientras saltaba en el sofá, mientras yo, sonreía detrás de mi mordaza.


     Los días cada día eran más fáciles, me evadía en mi mundo imaginario que me había creado donde era un hada que volaba libre por la Selva de Irati (nunca había estado allí, pero la había visto tanto en fotos, en Internet, y deseaba tanto ir que en mi cabeza tenía guardado cada rincón). Así que me iba allí cuando mi bocaza intentaba abrirse.


      Pronto empecé con dolores de cabeza, no lo soportaba, tenía una presión tal que pensaba que me iba a estallar. Con lo que me acostaba a menudo en mi cama encerrada con las persianas bajadas, algo que me aliviaba un poco porque no me encontraba con personas a las que engañar. Omitir, también es engañar, nadie podrá convencerme de lo contrario.


     Mi familia, y sobre todo mi marido, que era con el que convivía, estaban preocupados, los veía cuchichear mientras me miraban. Hablaban conmigo de forma suave sin tocar temas escabrosos, yo sonreía como siempre detrás de mi bozal, haciéndome la tonta, como si no me enterara de nada. Y por supuesto con mi cantinela del sí, y mis viajes a la Selva de Irati llevada por mis alas de colores.


     Al poco tiempo de todo aquello me encontraron inerte sobre mi cama. Tenía una sonrisa en la boca y algo que les sorprendió a todos, unas protuberancias salían de mis omóplatos. La autopsia reveló que un derrame cerebral había acabado con mi vida. Pero yo sabía la verdad, mi cabeza había explotado. Ahora vivía eternamente en mi Selva de Irati, me había llevado mis alas conmigo, así que sobrevolaba feliz entre los árboles.





       

14 comentarios:

  1. Apasionante relato, una gran reflexión sobre el que decir y el que callar, llevada de un extremo al otro por este personaje al que tan solo la muerte dará descanso, muy bueno.
    Un abrazo María!!!

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    1. Si un poco llevado al extremo, pero, ¿no crees que a veces eso es lo que hace entender mejor las cosas? Un abrazo Edgar.

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    2. Me refiero al personaje que primero suelta todo lo que le pasa por la cabeza y luego permanece en total silencio, en mi opinión, cuándo no callaba, decía cosas que está bien decir y otras que eran mejor de guardar en su pensamiento .
      Sí, el extremo de algo lo hace más visible, como un Zas! En tos tus morros! Abrazo!

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    3. Si, la verdad es que pasa de un extremo a otro, ni tanto ni tan calvo, como suele decirse. Un abrazo.

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  2. AYYYYY, QUÉ IDENTIFICADA ME HE SENTIDO POR MOMENTOS!!!!! Me cuesta mucho no decir las cosas, no a cualquiera, pero a quienes están a mi alrededor me gusta decirles lo que pienso y claro, eso a veces molesta.
    Está muy bien narrado, espro que a míi no me pase eso, prefiero mi mundo, por mucho que me gusten otros. Un besín y me ha resultado muy entretenido.

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    1. Si yo también prefiero este mundo. A mi también me pasa un poco como a ti, que no me puedo callar. Y eso a veces me trae problemas. Un besillo y me alegro de que te haya gustado.

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  3. Lo que me he podido reír con la vecina del bigote. Lo siento. Sé que puede sonar cruel, pero me ha hecho acordarme de una vecina que tenía que se afeitaba el bigote ¡con maquinilla y espuma de afeitar! Imagínate el resultado, con aquellos cañones sobresaliendo de su labio superior. Y claro, ¿dónde crees que se me iban los ojos cada vez que me cruzaba con ella en el portal o en la calle? Pues ahí. Justo ahí.
    El final de tu cuento ha sido brillante. Emotivo y muy poético. Felicidades, María. Un abrazo.

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    1. Pedro me alegro el haberte hecho reír, aunque sea por un recordatorio, porque como ya hemos hablado, a mi me cuesta horrores hacer reír. Muchas gracias por tu opinión y por pasarte por aquí. Un abrazo.

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  4. Ainssss María, como suele decirse, ¡¡ni calvo ni tres pelucas!! jajajajaa. Lo que está claro es que vivir eternamente contrariada y callando lo que una piensa que "tiene" que decir, es un verdadero infierno.

    Es un tema muy interesante sobre el que seguro hay montones de opiniones y matices. A mí por ejemplo no me gusta la gente hipócrita y aduladora, pero tampoco la que hiere gratuitamente al prójimo escudándose en la sinceridad, sobre todo porque esas personas no aguantan un poco de su propia medicina por lo general. Complejo!!

    Es un relato original, fresco y muy bien narrado, enhorabuena!

    Un abrazo grande martes.

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    1. Opini lo mismo que tu Julia, los descalificativos gratuitos tampoco me gustan, pero también se pueden decir las cosas sin herir al de enfrente. Muchas gracias por pasarte y por tu opinión. Un besazo.

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  5. Muy logrado relato María. El final no me lo esperaba para nada. Gracias por compartirlo.

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    1. Muchas gracias Alejandro. A veces la vida te deja cosas inesperadas. Un saludo.

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  6. ¡Ay! María...
    ¡¡Ufff!! Me he sentido muy identificada con muchas partes de tu relato... Pero muy mucho...
    Las mordazas no son buenas... Si no expresas lo que sientes, tu opinión, tus emociones... Todo se queda enquistado dentro del pecho y, a la larga, es pero el Silencio auto-impuesto que el decir la Verdad... Y... Ser sincero, decir la Verdad (aunque sea la tuya propia, lo que tú creas como verdad...), está reñido con ser desagradable y cruel? No debería... Quiero decir que hay muchas formas de decir cositas, incluso las malas o más feas...
    En fin... Has hecho que me ponga a darle vueltas a un sinfín de cuestiones... ;)
    ¡Besineeeeeees!

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    1. Estoy de acuerdo contigo, las cosas se deben decir aunque sean malas y feas, aunque también hay que saber decirlas y ser empático con la persona que tenemos enfrente. Muchas gracias. Un saludo.

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