Cuando
abrieron el primer centro comercial aquí en mi ciudad, fue todo un boom. Todas
las películas en un solo cine. Montones de tiendas en un solo edificio. Y un
gran supermercado en el que encontrabas de todo.
A mí me
encantaba ir y mirarlo todo. Me metía en el Hipermercado y veía desde las
televisiones, cámaras de fotos, hasta las perchas. Por supuesto deteniéndome
siempre mucho más tiempo, en los libros y en la papelería. Aquello era una
gozada. Me podía pasar las horas muertas mirando esto o aquello y descubriendo
nuevos cacharros de cocina, o viendo los posters de los chicos de moda del
momento.
Pero
con el tiempo empecé a trabajar dentro de aquel Hipermercado. Y la cosa cambió
de forma radical. Lo único que veía de pasada era lo que me pillaba de camino
hasta la puerta de la oficina, y de allí a mi puesto de trabajo. Un run run
nuevo se adentró en mi cabeza. Mis ojos se adaptaron a la luz artificial, fuera
de día o de noche. Y ya no había manera de darme una vuelta por aquellos
pasillos, con los que antes me había deleitado.
Y llegó
mi niña pequeña. Una bebé que paseaba sin ningún problema con el carrito
mientras compraba pañales y demás comida que necesitara. Dejé de trabajar allí
y el run run empezó a disiparse. Me volvía a gustar pasear deleitándome con los
nuevos surtidos de esto o de aquello. Y mi pequeña se dormía a la luz de esas
luces incandescentes.
Pero mi
hija creció, y aunque seguí yendo a ver cosas, ella ya andaba, y le gustaba,
como a su madre, ir de estante en estante viendo todo lo que le llamaba la
atención. Pronto vino una hermana que le hizo compañía en esos menesteres. Y
ahora mis visitas con mis hijas se resumen en ir corriendo detrás de la
pequeña, recogiendo las pelotas que tiran por el suelo. Oyendo los lamentos de
estoy cansada de la mayor, y sacando cosas del carro, que mágicamente se han
metido ahí sin haberlas visto.
Por
eso, cuando el otro día decidí ir sola fue como irme de viaje a un sitio lleno
de serenidad, a pesar de las luces, a pesar de ser sábado y estar abarrotado, a
pesar de pasarme 20 minutos de reloj delante de las sartenes con la comparativa
en mano para saber cuál comprar y no llevarme ninguna.
Y a
pesar de todo eso, volví a mi época solitaria, donde me paseaba por esos
pasillos sin rumbo fijo y sin importarme la hora. Aunque claro, sabía que en
casa me esperaban dos bichitos con su padre que querían huevos kínder,
horchatas, gusanitos, babybel,… Así que fui en busca de todos sus tesoros y me
volví a casa, con la esperanza de volver algún día con ese remanso de paz al
bullicio de pasillos atestados y luces artificiales.
No tengo hijos pero me imagino que ir con ellos a la compra tiene que ser estresante. Normal que disfrutaras tu tarde de compras sola ;)
ResponderEliminarUn beso, Maria, buen fin de semana
Es un no parar, pero bueno, dentro de lo malo se lleva bien. Auqnue nada comparado con comprar sola, jejeje. Es como ir al spa. Un besillo.
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