Se acercan las cuatro. Me levanto del sofá y empiezo la rutina de todos los días. Ya he consultado a mi aplicación sí ese día va a hacer viento. Pero vuelvo a hacerlo por si acaso. Levanto un poquito la persiana y miro al horizonte. No se ven borregos en el mar de fondo. El cabo está despejado y sí saliera ahora mismo un avión vería perfectamente que despega sin problemas. Sin turbulencias.
Recojo todos los enseres que voy a utilizar y empiezo a llamar a mis peques para prepararlas para la tarde de nuevas aventuras. Ellas remolonean, están viendo algún dibujo que les gusta o jugando a algún nuevo juego que se les haya pasado por la cabeza. Mientras tanto sigo metiendo cosas en la bolsa.
Me embadurno de ese potingue que tan poco me gusta y tan necesario. Un bote para cada una. Un olor diferente, un tacto distinto. Todas listas. Salgo por la puerta con la bolsa y nevera al hombro. Agua fresquita que no falte. Cámara de fotos, llaves, móvil, cartera bajo el brazo en el neceser.
Cojo el coche rumbo al paraíso, a nuestro paraíso del verano. Ese que tanto nos gusta. Arena y mar, agua y sal. Llegamos con las manos cargadas y con el sol como acompañante. Mis peques corren y juegan mientras andamos los pocos metros que nos separan del coche hasta la playa.
Y llegamos a nuestro mundo de aventuras. Un mundo donde a veces nos encontramos con sirenas.
Donde los castillos de piedra no pueden competir con los de arena. Un mundo lleno de tesoros en forma de conchas, orejas o piedras blancas.
Un mundo mágico donde hacer el pino no es hacer el pino, donde el dirty dancing se hace con las piernas flexionadas. Un mundo donde unas gafas de bucear son el objeto más preciado del lugar.
Un mundo donde nos encontramos carreteras en el cielo, y alguna que otra gaviota más adentro de lo normal.
Un mundo donde esperamos las olas del barco que entra al puerto, dejando risas y saltos a su pasar.
Un mundo donde los rituales son eternos, donde los rituales son para siempre.
Un mundo de playa con niñas. Sí, un mundo donde no existen los libros, donde tumbarse sobre la toalla es para otros. Un mundo feliz lleno de sorpresas que nos trae el mar cada día, todas diferentes, todas únicas.
Un mar en calma para hacer el muerto, un mar embravecido para saltar las olas, por arriba o por abajo, un revolcón de olas. Una vuelta a casa llenas de arena y recuerdos imborrables.
Espacio para todo un día de playa
ResponderEliminarLos días de playa son los mejores. Un besillo.
EliminarUna estupenda descripción María, ha sido como si yo estuviera también en la playa. Felicidades
ResponderEliminarPues ya sabes, a la playita a disfrutar. Un besillo.
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