No os
voy a mentir, no os voy a decir que soy una mujer calmada y sosegada. Que soy
el remanso de paz que veo en algunas mujeres. Yo no me relajo en la playa
tumbada bajo los rayos del sol. Ver una puesta de sol no es para nada
relajante. Me desespero porque no termina de esconderse bajo las malditas
montañas. Soy de esas personas que no ven la belleza en una postal.
Los niños
son pequeños torbellinos que desesperan a cualquier madre, por eso no juzgo
cuando veo a alguna regañando más de la cuenta a sus hijos, porque sé que yo
les gritaría más fuerte.
No me
relajo en un spa, no entiendo el sentido de ir de una piscina a otra, frío,
caliente, chorros por un lado, chorros por otro. Y yo ahí, sometiéndome a esa
tortura infernal que no acaba de terminar. La primera vez y última que estuve
en uno, en menos de media hora ya había salido. Y eso que llevaba masaje
incorporado. Pero cuando esas manos aceitosas empezaron a tocar mi preciosa
piel, tuve que salir de allí corriendo. Le eché una bronca la masajista, porque sus manos no estaban lo
suficientemente limpias. Notaba como unas bolillas se creaban con la fricción.
Llegué
a mi estado máximo hace un mes en la oficina. Mis compañeros me rehúyen, ya no
saben cómo hablarme, y yo lo noto. Sé que grito demasiado. Aunque es algo que
no puedo evitar, y he aprendido a vivir con ello. Pero hace un mes, mi jefe me
gritó por algo que yo había hecho que no estaba bien, según su concepto de “no
estaba bien”, pero que según el mío, estaba perfectamente.
Así que
lejos de controlarme, monté una escena digna de ser grabada, de hecho lo está,
y está subida a YouTube. Las paredes de la oficina de mi jefe son de cristal,
y a mis compañeros de trabajo les
pareció gracioso ver a mi jefe arrinconado detrás de su mesa, mientras yo me
desahogaba con los artículos de oficina. Incluido ese sofá de piel que rajé
diligentemente con unas
tijeras.
Cuando
los ataques de ira desaparecen, es cuando me doy cuenta de lo que he hecho. Y
la vergüenza me sube al rostro tiznándolo de rojo. No me despidieron. Y ahora
que lo pienso, yo lo habría hecho. A cambio, me suspendieron durante un mes y
me cambiaron de departamento. Además de obligarme a ir al psicólogo y seguir el
tratamiento que me pusiera.
Después
de un mes con mi psicólogo, parece que estoy algo mejor. La verdad es que solo
he tenido tres ataques de ira, y fueron en las tres primeras semanas con él.
Esta última semana no he tenido ninguno. Ahora estoy esperando en su consulta,
y la verdad es que está tardando mucho con la paciente que está dentro. No sé
porque me tiene que citar a una hora, si no va a estar listo. Han pasado ya
cinco minutos desde mi hora.
Le he
preguntado a la secretaria que me abre la puerta con una sonrisa, y me deja
pasear de un lado al otro de la habitación sin decirme nada. Ella está en sus cosas,
pero me mira de reojo. Me ha informado de que no puede faltar mucho. Ya pasan
diez minutos, ¡Diez minutos! Esto es intolerable. Se va a enterar este…
La
puerta se abre, y aparece ese Adonis con su voz serena y su sonrisa de dientes
blancos, perfectos. Algunas dirán que dista mucho de ser un Adonis, pero para
mí es la perfección. Es el único que calma mis nervios.
-
Buenas tardes, señorita Sáez. Siento la tardanza.
Esa voz…
- No
pasa nada.
Noto la
mirada cínica de la secretaria, pero no le hago caso. Ya está
todo olvidado.
Con un psicólogo así, la paciente quizá logre abandonar los ataques de ira pero a lo peor se convierte en una adicta a la psicoterapia o quién sabe si no acabará siendo una acosadora del guapo terapeuta.
ResponderEliminarUn relato muy entretenido.
Un abrazo.
Ayyy no creo que la ira lleve a tanto como acosadora. Pero bueno un chute de psicología nunca viene mal.
EliminarUn besillo.
Jajajajaja... ay, María... qué me he reído! Será porque yo a veces no la controlo...
ResponderEliminarY eso del spa tampoco lo entiendo... frio, caliente, frio, caliente... una tortura!! Jajajaja
Menos mal que ahí la sonrisa perfecta lo soluciona todo ;)
Buenísimo relato, besillos!!
Jajaja, la sonrida perfecta... si no fuer por ella, no sabemos que le pasaría a la pobre protagonista, jejeje.
EliminarUn besillo.
Sí ya nos hubieses comentado dónde se encuentra la consulta del psicólogo sería genial. ¿Qué?, ¿qué no me la das? Grrr...
ResponderEliminarMuy chuli ;)
Ni siqiera yo lo sé, es secreto profesional. No sabemos donde la habrá buscado. Jejeje.
EliminarUn besillo.
ok... *se prepara para su graciosa huida sin dejar rastro...*
ResponderEliminarMe alegro de tenerte por aquí.
EliminarUn besillo.
Menos mal que el psicólogo le ha caído en gracia a la señorita Sáez, porque si no... jajajaja. Después de todo hay algo más que la música para amansar a las fieras :D
ResponderEliminarMuy divertido, María, me ha gustado mucho. Está resultando una serie muy original.
Un besillo de tarde!!
Menos mal que encontró al psicólogo que cubre todas sus necesidades,... por ahora. Jejeje.
EliminarUn besillo.
Estupenda historia Maria estoy segura que ira mucho tiempo al psicólogo jajaja.
ResponderEliminarUn saludo
Es posible, esa ira hay que aplacarla, y ¿qué mejor manera que con alguien que te caiga bien y esté de buen ver?
EliminarUn besillo.
Hay buenisima historia Maria. Aparte que me calmaste un poco porque pensaba que yo era un ser horrible porque no me gustan los niños y me desesperan. Ya vi que no soy la unica XD. Dicen que los niños son como los pedos, solo aguantamos los nuestros. Jo.
ResponderEliminarMe encantó. Besines.
No creas que eres la única. Conozco a bastante gente que no les gustan los niños. Sí que es verdad que aguantas más a los tuyos propios que a los demás. Jijiji.
EliminarUn besillo.
Hay cosas de la vida que te preguntas para qué están, aunque a mí eso del spa iría ahora mismo jajaja. Lo de la ira es tremendo, suerte de contar con especialistas que te entiendan.
ResponderEliminarUn bonito relato María.
Abrazos.
Sí lo del spa es muy socorrido. Yo con un masajito me conformaba, auqneu un ratito de relax nunca viene mal.
EliminarUn besillo.