Llevaba sin
hablar con ella tres años, desde el día de su boda. Había sido la gota que colmó
el vaso. Su orgullo se vio herido y la alejó de su vida. No la quería más a su
lado. Había hecho todo lo posible por alejar a la mujer que amaba de su lado.
Solo lo quería para ella y no lo dejaba vivir su vida.
Su mujer jamás
le había dicho nada, siempre había callado. Al contrario, sus palabras siempre
eran de afecto hacía su madre, siempre le animaba a que la llamara, a que
saliera con ella. Pero su madre sin embargo, nunca tenía palabras agradables
hacía la mujer que él había elegido como compañera de vida.
Así que llegado
el día de su boda, su madre hizo lo peor que podía hacer, minutos antes de
subir al altar le dijo que estaba cometiendo un error, que no debía casarse con
ella. Y que ella que tanto lo quería, no podía formar parte de la mayor
equivocación de su vida. Así que él subió solo al altar, su madre se fue
llorando, perdiendo al único hijo que tenía.
Ahora tres años
más tarde y con un hijo en camino, él se enteró por su tío que su madre estaba
ingresada en el hospital, que llevaba una enfermedad a cuestas que la había
debilitado tanto que no sabían cuánto tiempo le quedaba.
Aquella tarde
llegó a casa desesperado, angustiado, sin saber qué hacer. Llorando con la
angustia de tres años, llorando sin poder hablar. Su mujer lo tranquilizó, y le
instó para que fuera a verla. Ella iría con él para que le fuera más fácil.
Pero él le dijo que tenía que hacer aquello solo.
Al día siguiente
se dirigió al hospital con las ojeras propias de alguien que no ha dormido, con
la cabeza baja de saber el error que había cometido. De no saber hablar con su
madre y decirle todo lo que sentía. Ahora el tiempo se agotaba. Corrió hacía el
hospital, el coche le parecía demasiado lento.
La habitación blanca
relucía con el sol de la mañana que entraba por la ventana. Su madre, una
sombra de lo que fue, descansaba en la cama con los ojos cerrados, una vía la
tenía conectada a un aparato con sueros y medicamentos. Un enfermero le estaba
tomando la tensión. Él esperó paciente en el quicio de la puerta hasta que
acabara.
Su madre abrió
los ojos y lo vio, algo semejante a una sonrisa se dibujó en sus labios,
mientras que unas lágrimas resbalaban por sus mejillas. Lo llamó con la mano y
él corrió a su lado. Ella le acarició el pelo, él lloró en su regazo.
Levantó la cabeza
y miró a su madre implorando perdón, ella le puso la mano en su boca,
instándole a callar.
- Hijo, en un beso, sabrás lo que he callado. –
Y lo besó en la frente. El rompió a llorar como un niño.
- Mama, lo
sabía, lo sabía, y la perdoné, ella me lo contó, me lo contó y yo la perdoné.
No debiste callar, debiste decírmelo.
- Nunca es tarde
cielo, estás aquí y te podré ver por última vez.
En sus últimos días él no se separó de su
madre. Cada día le contaba todo lo que había pasado en esos tres años, incluido
que iba a ser abuela. Se volvieron a reencontrar, y volvieron a ser felices,
aunque fuera en una cama de hospital.
A veces callar lo que se siente produce estas cosas inentendibles que terminan por separar como en este a un hijo de su madre. El tiempo no vuelve pero al menos pudieron recomponer su relación. Me encantó tu relato
ResponderEliminarMuchas gracias Jorge. La verdad es que es mejor decirse las cosas que callarlas. Una verdad a tiempo soluciona muchos problemas. Un abrazo.
EliminarNunca es tarde para enmendar un error ni para dar rienda suelta a los buenos sentimientos, aunque para entonces ya nos quede poco que disfrutar...
ResponderEliminarEmotivo relato, María, escrito con imaginación y sensibilidad. Precioso!!
Un besillo de lunes por la tarde.
Muchas gracias Julia. La verdad es que mientras se arreglen, nunca es tarde. Aunque luego te quede el remordimiento de conciencia. Un besillo de martes por la mañana.
EliminarHola Maria, un texto reflexivo sobre la relaciones interpersonales, muy bueno. La falta de comunicación siempre crea cismas, pero en ocasiones se puede corregir la situación como lo ha hecho el protagonista.
ResponderEliminarQue tenas un buen lunes.
Muchas gracias Alejandra. Aunque creo que siempre hay que decir las cosas, porque aunque luego lo intentes arreglar, siempre queda hay algo. En fin, es cuesdtión de opiniones. Un besillo y feliz martes.
EliminarMe ha encantado tu relato. Muy cercano. Muy real.
ResponderEliminarMuchas gracias Eva. Me encanta que te encante.
EliminarA veces... A veces me pregunto por qué la gente se guarda tanto sus sentimientos... No sé... Creo que ese silencio no suele traer nada bueno... Solo sufrimientos y dolor... ¡Qué triste! Y me parece tan, tan real... ¿Cuántas historias se contarán con tus Palabras ahí fuera?
ResponderEliminar¡Ains! Más vale tarde que nunca... O eso dicen...
¡Besitos María! ;)
Más vale temprano que tarde, o soltarlo todo antes de arrepentirse. Más vale arrepentirse por algo que has hecho, que por algo que no has hecho nunca. Por cierto, vaya tute te has dado hoy de mama escritora. Un besillo grande Campanilla.
EliminarAiix! Toy totalmente de acuerdo contigo!! En todo!! Pero somos poquitos los que vivimos así... ;)
EliminarEs que... Tenía la sensación de que me había perdido muchas de tus entradas, como voy siempre con retraso... ¡Y como me encanta leerte! Puuues... ¡He aprovechado! ;)
¡Besines Grandes! *-*
No te preocupes. Es que escribo demasiado. A ver lo que me dura, jajaja. Un besillo guapa, y nos seguimos leyendo.
EliminarPff que bonito. Aunque en estos casos creo que hay que decir la verdad, eso no te exime de apartarte y dejar a la persona elegir, y aceptar esa decisión. Es algo que tiene que salir de uno, y cuanto más se prohiba y más se exija el otro más ciego o empeñado estará en su decisión. Debe darse cuenta la persona por si misma y decidir, aunque sea a base de golpes...pero estos a veces son inevitables. Muy bonito María, y gracias nuevamente por pasar por mi blog y comentar, un saludo
ResponderEliminarMuchas gracias. La verdad es que a veces nos tenemos que dar cuenta nosotros mismos de nuestros propios errores. Pero una ayudita nunca viene mal. Un besillo.
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