30/3/15

Tres años



      Llevaba sin hablar con ella tres años, desde el día de su boda. Había sido la gota que colmó el vaso. Su orgullo se vio herido y la alejó de su vida. No la quería más a su lado. Había hecho todo lo posible por alejar a la mujer que amaba de su lado. Solo lo quería para ella y no lo dejaba vivir su vida.

     
      Su mujer jamás le había dicho nada, siempre había callado. Al contrario, sus palabras siempre eran de afecto hacía su madre, siempre le animaba a que la llamara, a que saliera con ella. Pero su madre sin embargo, nunca tenía palabras agradables hacía la mujer que él había elegido como compañera de vida.


     
       Así que llegado el día de su boda, su madre hizo lo peor que podía hacer, minutos antes de subir al altar le dijo que estaba cometiendo un error, que no debía casarse con ella. Y que ella que tanto lo quería, no podía formar parte de la mayor equivocación de su vida. Así que él subió solo al altar, su madre se fue llorando, perdiendo al único hijo que tenía.

      
      Ahora tres años más tarde y con un hijo en camino, él se enteró por su tío que su madre estaba ingresada en el hospital, que llevaba una enfermedad a cuestas que la había debilitado tanto que no sabían cuánto tiempo le quedaba.

     
      Aquella tarde llegó a casa desesperado, angustiado, sin saber qué hacer. Llorando con la angustia de tres años, llorando sin poder hablar. Su mujer lo tranquilizó, y le instó para que fuera a verla. Ella iría con él para que le fuera más fácil. Pero él le dijo que tenía que hacer aquello solo.

      
      Al día siguiente se dirigió al hospital con las ojeras propias de alguien que no ha dormido, con la cabeza baja de saber el error que había cometido. De no saber hablar con su madre y decirle todo lo que sentía. Ahora el tiempo se agotaba. Corrió hacía el hospital, el coche le parecía demasiado lento.

      
       La habitación blanca relucía con el sol de la mañana que entraba por la ventana. Su madre, una sombra de lo que fue, descansaba en la cama con los ojos cerrados, una vía la tenía conectada a un aparato con sueros y medicamentos. Un enfermero le estaba tomando la tensión. Él esperó paciente en el quicio de la puerta hasta que acabara.

       
       Su madre abrió los ojos y lo vio, algo semejante a una sonrisa se dibujó en sus labios, mientras que unas lágrimas resbalaban por sus mejillas. Lo llamó con la mano y él corrió a su lado. Ella le acarició el pelo, él lloró en su regazo.

      
      Levantó la cabeza y miró a su madre implorando perdón, ella le puso la mano en su boca, instándole a callar.

        
      - Hijo, en un beso, sabrás lo que he callado. – Y lo besó en la frente. El rompió a llorar como un niño.

       
      - Mama, lo sabía, lo sabía, y la perdoné, ella me lo contó, me lo contó y yo la perdoné. No debiste callar, debiste decírmelo.

      
      - Nunca es tarde cielo, estás aquí y te podré ver por última vez.

      
      En sus últimos días él no se separó de su madre. Cada día le contaba todo lo que había pasado en esos tres años, incluido que iba a ser abuela. Se volvieron a reencontrar, y volvieron a ser felices, aunque fuera en una cama de hospital.




14 comentarios:

  1. A veces callar lo que se siente produce estas cosas inentendibles que terminan por separar como en este a un hijo de su madre. El tiempo no vuelve pero al menos pudieron recomponer su relación. Me encantó tu relato

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    1. Muchas gracias Jorge. La verdad es que es mejor decirse las cosas que callarlas. Una verdad a tiempo soluciona muchos problemas. Un abrazo.

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  2. Nunca es tarde para enmendar un error ni para dar rienda suelta a los buenos sentimientos, aunque para entonces ya nos quede poco que disfrutar...

    Emotivo relato, María, escrito con imaginación y sensibilidad. Precioso!!

    Un besillo de lunes por la tarde.

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    1. Muchas gracias Julia. La verdad es que mientras se arreglen, nunca es tarde. Aunque luego te quede el remordimiento de conciencia. Un besillo de martes por la mañana.

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  3. Hola Maria, un texto reflexivo sobre la relaciones interpersonales, muy bueno. La falta de comunicación siempre crea cismas, pero en ocasiones se puede corregir la situación como lo ha hecho el protagonista.
    Que tenas un buen lunes.

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    1. Muchas gracias Alejandra. Aunque creo que siempre hay que decir las cosas, porque aunque luego lo intentes arreglar, siempre queda hay algo. En fin, es cuesdtión de opiniones. Un besillo y feliz martes.

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  4. Me ha encantado tu relato. Muy cercano. Muy real.

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  5. A veces... A veces me pregunto por qué la gente se guarda tanto sus sentimientos... No sé... Creo que ese silencio no suele traer nada bueno... Solo sufrimientos y dolor... ¡Qué triste! Y me parece tan, tan real... ¿Cuántas historias se contarán con tus Palabras ahí fuera?
    ¡Ains! Más vale tarde que nunca... O eso dicen...
    ¡Besitos María! ;)

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    1. Más vale temprano que tarde, o soltarlo todo antes de arrepentirse. Más vale arrepentirse por algo que has hecho, que por algo que no has hecho nunca. Por cierto, vaya tute te has dado hoy de mama escritora. Un besillo grande Campanilla.

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    2. Aiix! Toy totalmente de acuerdo contigo!! En todo!! Pero somos poquitos los que vivimos así... ;)
      Es que... Tenía la sensación de que me había perdido muchas de tus entradas, como voy siempre con retraso... ¡Y como me encanta leerte! Puuues... ¡He aprovechado! ;)
      ¡Besines Grandes! *-*

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    3. No te preocupes. Es que escribo demasiado. A ver lo que me dura, jajaja. Un besillo guapa, y nos seguimos leyendo.

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  6. Pff que bonito. Aunque en estos casos creo que hay que decir la verdad, eso no te exime de apartarte y dejar a la persona elegir, y aceptar esa decisión. Es algo que tiene que salir de uno, y cuanto más se prohiba y más se exija el otro más ciego o empeñado estará en su decisión. Debe darse cuenta la persona por si misma y decidir, aunque sea a base de golpes...pero estos a veces son inevitables. Muy bonito María, y gracias nuevamente por pasar por mi blog y comentar, un saludo

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    1. Muchas gracias. La verdad es que a veces nos tenemos que dar cuenta nosotros mismos de nuestros propios errores. Pero una ayudita nunca viene mal. Un besillo.

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