7/10/15

Envidia en cadena





                 Juan llegó a trabajar esa mañana diez minutos antes de su hora. Y aun así, Laura ya estaba allí. Y no es que llegara cinco minutos antes, siempre la encontraba enfrascada en algún informe, o en medio de alguna conversación.

                Envidiaba a Laura, siempre dispuesta, llegaba la primera, se iba la última. Y encima tenía un marido en casa y unos gemelos rubios que le esperaban en casa con los brazos abiertos cuando llegaba. Él sin embargo, vivía solo, era soltero. Y cuando llegaba a casa, solo le esperaba el silencio. Eso sí, lo llenaba los fines de semana con alguna que otra chica que caía en sus redes.

                A pesar de trabajar como un loco, dejándose la piel, Laura siempre lo superaba. Y además parecía que no le costaba ningún esfuerzo.

                Laura salió ese día antes del trabajo, era el cumple de sus niños, y quería recogerlos en el cole para darles una sorpresa. Se mataba a trabajar para poder llegar a fin de mes, la hipoteca era muy alta  y tener gemelos en época escolar no era barato que digamos. Septiembre era el peor mes, material escolar, zapatos nuevos y ropa nueva. Porque sus hijos eran de los que les encantaba tirarse por los suelos, y unos tenis no les duraban más de un mes. Y ya no digamos de las manchas imposibles que tenía que restregar.

                Cuando llegó al cole se encontró con un grupo de madres. Entre ellas estaba su vecina Loli, ella sí que vivía bien, Laura la envidiaba en secreto. Allí estaban ellas, charlando, pudiendo recoger a sus hijos todos los días, y teniendo toda la tarde para disfrutar con ellos. Y en verano todo el día, no como ella, que se las veía y deseaba para dejarlos en algún sitio, mientras su marido y ella iban a trabajar.

                Loli hablaba con las demás mamás en el cole de la cantidad de tarea que les mandaban a sus niños. Su hijo mayor iba a entrar ese año en el instituto y cada vez sus responsabilidades eran mayores. Se pasaba las tardes con el uno y con el otro haciendo tareas, intentando ayudarles con el inglés, porque ella no podía permitirse pagarse unas clases de inglés extras, y el segundo idioma era muy importante.

                Cuando entró al cole habló un rato con el profesor de su hija pequeña. No se estaba portando bien y el profe Raúl le estaba explicando que podía hacer en casa. Él sí que tenía suerte. Un trabajo para toda la vida, y con unas vacaciones alucinantes. Y además cobrando por no hacer nada en los meses de julio y agosto.

                Raúl salió de clase más contento que otros días, sus chicos cada vez estaban más motivados, y les ilusionaba aprender. Hoy ha descubierto a dos de ellos con la boca abierta alucinados por hablarle un poquito de la guerra civil española. No tocaba, pero una cosa había llevado a otra, y se había convertido en una clase informal, donde los niños se habían arremolinado para escuchar las historias del profe.

                Raúl se fue a comprar la comida a la tienda donde siempre la encargaba: “Comidas para llevar Manolita”. Allí se encontraba con Jose de vez en cuando. Su mujer y él trabajaban los dos, y no tenían tiempo de hacer la comida, la compraban para llevar, y así podían aprovechar más tiempo juntos.

                Él sin embargo estaba a más de 600 kilómetros de su ciudad. Su mujer había tenido suerte y se había quedado allí, pero él aún daba tumbos por toda Andalucía. A ver a que pueblo recóndito le mandaban esta vez. Desde que se casaron, habían pasado más tiempo separados que juntos. De esa manera era imposible plantearse tener hijos. Envidiaba a Jose por poder disfrutar con su mujer, aunque fuera por pocas horas al día.

                Jose se fue a casa corriendo. Se daba cuenta de que su vida se la pasaba corriendo de un lado para otro, para luego no llegar a ninguna parte. Pero quería pasar el mayor tiempo posible con su queridísima Ana. Llevaban ya cuatro años casado, y aún no habían perdido esa chispa del principio. Se querían con locura. Querían tener hijos, pero sus trabajos no se lo permitían.

                Jose se subió en el ascensor con Roberto, Roberto tenía cuatro hijos, una hija adolescente, un niño de diez años, y los mellizos de cinco. Subía siempre en el ascensor hablando con sus hijos, mientras les pedía que les contaran su día. Eso sí que era felicidad. Jose lo envidiaba.

                Roberto entró a casa con sus cuatro hijos, la mayor se puso con el móvil, el de diez años se encendió la televisión, y los mellizos empezaron a jugar por todo el salón. Las peleas eran inevitables.

                Decidió ignorarlos mientras iba a darle un beso a su mujer que estaba en la cocina friendo pescado. Estaba preciosa, a pesar de que su cuerpo había cambiado por los embarazos, él aún se sentía atraído por aquella mujer. Aunque deseaba tener un poco más de tiempo para estar los dos 
solos.

                Por la tarde se fue al trabajo, antes se paró en el bar de la esquina a tomarse un café. Allí siempre coincidía con Juan, ese sí que tenía una buena vida. Vivía solo y no tenía que aguantar gritos y peleas todos los días. Además todos los fines de semana tenía fiesta, y llegaba a las tantas, con una u otra mujer. Y los lunes siempre contaba en el bar, su última conquista. No es que él quisiera acostarse con otras, pero de vez en cuando con su mujer sí.
   
                El ser humano está hecho para desear siempre más de lo que tiene. Pero eso no significa que envidies la vida de los demás. Vive tu vida. Aprovéchala y sé feliz.

Ira 
           Lujuria 


10 comentarios:

  1. Un relato para reflexionar. Has dado en el clavo explicando ilustrativamente en que consiste esa envidia insana que nos corroe cuando vemos las vida de los demás no siendo conscientes de que otros a su vez desean la que llevamos nosotros.
    La enseñanza final a modo moraleja es en definitiva la perla: Vive tu propia vida y se feliz con lo que tienes que seguro es mucho.
    Gracias por esta parada textual que me ha hecho mirarme un poco por dentro.
    Besos

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    1. Muchas gracias por leerla, me alegra haberte hecho reflexionar. Es verdad que a veces miramos para fuera, y no nos damos cuenta de lo que tenemos dentro.
      Un besillo.

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  2. Fascinante, como Juan envidiaba a Laura sin saber que había otro que lo envidiaba a él, deseas lo del otro sin saber que otros desean lo que tu tienes... Al final nadie está conforme con nada. Me encantó. Saludos. Por cierto no me pierdo de ninguno de estos siete pecados, crees que sea posible que los enlaces uno con otro pues muero por compartir pero quisiera que quien lo lea los tuviera de una sola los siete enlazados ... Ojalá se pueda

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    1. Tus deseos son órdenes para mí. Totalmente enlazados, por orden como los he escrito. Al final de cada relato, hay un enlace al siguiente pecado.
      Bienvenida al mundo del pecado, jejeje.
      Un besillo.

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  3. Una historia genial,me ha gustado mucho, felicidades una vez más.

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    1. Muchas gracias Pilar, me alegro de que te haya gustado.
      Un besillo.

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  4. El relato me ha gustado, pero el último párrafo, tu propia reflexión, me ha encantado!! Estoy totalmente de acuerdo contigo, siempre queremos más, idealizamos lo que tienen los demás y perdemos tanto tiempo pensando en lo que nos falta que no apreciamos lo que tenemos. Mal "pecado" ese de la envidia...

    Muy bueno!!

    Un besillo, María :)

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    1. Es el peor de todos los pecados, por lo menos para mí. Doy gracias de que este en concreto no aparezca mucho en mi vida. No soy una persona envidiosa. Así que me ha costado un poco escribirlo. Ahora, sí te digo que tengo la mayoría de ellos, jajajaja.
      Un besillo.

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  5. Poco más queda por añadir tras la moraleja final que tú misma has plasmado. Añadiría, tal vez, que se suele envidiar lo que se desconoce, aquello que nos parece mejor sin conocer las interioridades de la vida ajena.
    Una historia redonda.
    Un abrazo.

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    1. Solemos envidiar lo que está a la vista. el problema es que no sabemos el esfuerzo de esa persona para conseguir lo que ha obtenido.
      Un besillo.

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