Hace
dos años murió mi mujer. No fue una larga enfermedad, simplemente una mañana me
la encontré muerta en el sofá. Yo me acosté antes que ella mientras ella veía una
de esas películas de amores que tanto le gustaban.
A la
mañana siguiente me la encontré en la misma postura en la que la dejé, con la
televisión encendida y fría como el hielo. Tenía 62 años. Joven para morir.
Al
principio mis hijos no me dejaban ni a sol ni a sombra. La luz de su vida,
solía decir mi mujer. Ellos venían y me hacían la cama, me lavaban la ropa y me
sacaban a pasear. Me traían a mis nietos que aún no llegaba ninguno a los cinco
años de vida. Y yo los fui espantando con mi mal humor. Mis pequeños nietos me
miraban con miedo y se escondían entre las piernas de sus padres.
Poco a
poco las visitas se fueron alargando, cuando vieron que la cama estaba hecha,
la ropa lavada y comía en el bar de abajo los menús caseros que hacía María, la
dueña del bar, dejaron de venir.
Me
sentí liberado. Estaba harto de tantas atenciones, cuando las únicas que quería
eran las de mi princesa, las de mi mujer, las de Laura. Pero poco a poco empecé
a echar de menos las correrías de los pequeñuelos por mi pasillo, sus risas
inundando mi piso. Las charlas de mi hija Laura sobre las vecinas de su barrio.
Los comentarios de mi hijo sobre lo mal que está la economía.
Al
principio de ir al bar de abajo, yo no hablaba con nadie. Me sentaba en la mesa
del rincón, pedía el menú, pagaba y me iba. Conforme ha ido pasando el tiempo,
he llegado a hacerme amigo de María, ella me hace las lentejas con chorizo que
más me gustan y se sienta un ratito a hablar conmigo cuando me las he
terminado.
En
realidad, ella habla poco, soy yo el que le cuenta mis días con Laura, en cómo
me convenció para que tuviéramos a nuestros hijos, en cómo nos reuníamos en
Navidades, y como éramos felices juntos. No teníamos lujos, ni habíamos hecho
grandes viajes. Nos bastaba con el cine de los miércoles.
Mis
últimas Navidades las pasé solo en casa viendo programas insulsos de gente semi
desnuda presentando las campanadas.
Cuando
me voy del bar, me voy con una mala sensación, con la sensación de no ser un
buen amigo para María. Ella escucha y yo no le pregunto. Así que me propongo
que al día siguiente no hablaré de mí. Pero vuelvo a hacerlo.
En una semana
es Noche buena. Y mi cocinera me ha preguntado que voy a hacer. Yo no he sabido
contestarle, porque me da vergüenza decirle que no quiero pasar una Navidad más,
solo en el sofá de mi casa. Ella no se ha dado por vencida y me ha ofrecido
cenar en el bar. También está sola y no le vendría mal un poco de compañía. He
aceptado, a pesar de saber que voy a amargarle las Navidades a esa pobre mujer.
El día
de Noche buena me arreglé para la ocasión y bajé al bar. Cuando abrí la puerta,
poniendo la mesa estaba toda mi familia, mis hijos y mis cinco nietos, incluido
el bebé que no conocía. Las lágrimas acudieron a mis ojos y me acordé de
aquella canción de Serrat que dice: De
vez en cuando la vida nos besa en la boca, conmigo lo hizo aquella noche,
una noche que no olvidaré, gracias a María.
Ayyyyyyy qué bonito!!!! Me gusta mucho, al final los hijos siempre vuelven. Un beso.
ResponderEliminarSí, generalmente los hijos siempre están ahí. ASí es como debería ser siempre. Un besillo guapa.
EliminarTremendamente tierno y con un punto de realidad. La soledad del anciano que, una vez ha enviudado, le cuesta aceptar la nueva situación.
ResponderEliminarEn este caso fue una soledad provocada aunque posteriormente odiada.
Cuando echó de menos a su familia hubiera tenido que propiciar el acercamiento pero, a falta de eso, los que realmente le querían tuvieron un gesto maravilloso.
No deberíamos estar jamás solos ni mucho menos sentirnos solos. La soledad acaba con las ganas de vivir.
Un abrazo.
Creo que el problema no está en la soledad, sino en sentirse solo y abandonado. A veces es la forma de enfrentarla. Un abrazo.
EliminarJo!! María, Llore.........Es preciosa. besos y sonrisas...
ResponderEliminarSí quieres que te diga la verdad, yo lloré escribiéndolo. Un besillo guapa.
EliminarPreciosa y enternecedora historia, María!! Te deja buen sabor de boca, una lágrima queriendo campar por sus respetos y una reflexión que hacer. Después de todo sí que la Navidad es un tiempo mágico!! Me ha encantado :)
ResponderEliminarUn súper beso de martes!!
Para mi la Navidad es una de las mejores épocas del año. Me alegra dejar con buen sabor de boca. Eso es bueno. Un besillo guapa.
EliminarUn relato tierno. Sobre la soledad, los recuerdos y el reencuentro.
ResponderEliminarMe ha gustado.
¡Abrazo, Compi! ;)
Muchas gracias Hermano de Letras. La frase me inspiró totalmente. Es que Serrat par mi es mucho Serrat... Un besillo.
EliminarY decías que el mío era tierno... Precioso María Un beso
ResponderEliminarY también lo es. A mi me encantó. Un besillo guapa. Gracias por pasarte.
EliminarQué relato tan bonito y lleno de amor. El amor que se fue y todo el que aún le queda por dar. Precioso, María. Me emocionó.
ResponderEliminarUn beso.
Sí, los hijos vuelven para darle todo su amor a ese gruñón que los echó de su vida. Siempre debería ser así, los hijos siempre deben volver. Un besillo.
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