Ya
estaba en mi novena edición. Mi creador estaba muy orgulloso de mí. Yo había
sido su primera criatura, su primer pequeño trocito sacado de su cabeza.
Proclamaba a los cuatro vientos como había sido todo el trayecto. Y siempre
llevaba un ejemplar mío entre las manos. Da igual donde fuera, si iba al cine,
me sentaba sobre su regazo y acariciaba mis páginas ya envejecidas por el uso,
mientras observaba la gran pantalla.
En las
librerías ocupaba uno de los puestos de honor junto a aquellos compañeros más
vendidos. Todos allí descansábamos esperando que nos cogieran y admiraran
nuestras letras impresas.
Recuerdo
que ese día hacía mucho frío, lo recuerdo porque sus manos estaban
heladas. Ese día la librería estaba
atestada de gente que iba y venía de un lado para otro, mirando, cogiendo, leyendo
nuestras contraportadas.
Sus
manos me cogieron con una sutileza poco común. Estaban suaves. Pero lo primero
que hizo antes de leerme y hojearme fue abrirme por la mitad y meter su pequeña
nariz en medio. Aspiró mi aroma, y yo el suyo. Se quedó un leve momento, pero
el suficiente como para enamorarme de ella.
Sabía
que ya no podría vivir sin aquella esencia. Así que brillé como nunca, señalé
mis palabras como si estuvieran en negrita. Necesitaba que me llevara con ella.
Me cerró y acarició mi lomo. Seguí notando su suavidad sobre mí. Leyó mi
contraportada, y me dejó de la misma manera que me había cogido.
Me
sentí triste, y eso que mis páginas estaban llenas de humor y positividad. Pero
la tristeza empañó mis letras. Me sentí perdido sin esas manos. Ya no quería
que otras me tocaran. No quería sentir otro aroma. La quería a ella.
En esa
tarde vinieron muchas más manos, sucias, rugosas, de niños maltratadores, de
adultos intrigados. Sí, ahora en la distancia, puedo decir que alguna de esas
manos también era suave, pero en aquel momento no me lo parecía.
Después
de lo que para mí fue una eternidad, mis adoradas manos volvieron a mí. Me
cogieron con seguridad y mientras acariciaban mi lomo con un dedo me llevaron a
la caja. ¡Me iba a hacer suyo! Pronto solo me tocarían sus manos. Disfrutaría
enseñándole todos mis secretos. Desdeñó la bolsa que le entregaban y me llevó
en brazos. Pegado a su pecho como un bebé recién nacido me protegía del viento
que aullaba con fuerza.
Me
llevó a una cafetería cercana, y allí frente a un café caliente leyó mis
primeras páginas. Aquello era una sensación nueva. Sentía sus ojos puestos en mí
y brillaban de felicidad. Yo le daba esa felicidad. No me podía sentir más
contento.
Volvió
a olerme, y yo la volví a oler a ella. Éramos un solo ser. Me cogió de nuevo
contra su pecho y salimos de allí. Directos a casa, a un sofá calentito. Donde
ella volvió a hacerme suyo de nuevo.
Durante
los próximos días solo estábamos ella y yo. Mis letras llenaban su cabeza,
haciendo que nunca pudiera olvidarse de mí. Yo estaba exhausto, me llevaba a un
ritmo frenético, absorbiendo mis páginas casi sin darme tregua. Hasta que llegó
a las última. En ese momento deseé que mi creador hubiera usado más letras, más
palabras que me acercaran a ella durante un segundo más.
Pero no
fue así, con lo que me puso en una estantería rodeado de más compañeros míos.
Allí estaba, inmóvil, sin poder hacer nada, mientras veía como ella le regalaba
su aroma a otros como yo. Como se regocijaba con otras páginas, y como se
envolvía en otras historias. Mis celos me estaban volviendo loco. Deseaba con
todas mis fuerzas que volviera a tocarme, sentir aquellas manos tan suaves.
Pensé
en autodestruirme, en darme tanto calor que me demoliera a mí mismo quemándome
vivo. Pero temía hacerle daño a ella y no perdía la esperanza.
Un día,
mi amada decidió limpiarnos un poco. Nos sacó a todos de nuestros estantes y
uno por uno nos pasaba un plumero. Me cogió y una sonrisa asomó a su boca, me
volvió a abrir, solo para ella. Ya estábamos juntos de nuevo. Y no podía evitar
sentirme el más feliz del Universo. Leyó un par de páginas y me volvió a dejar
sin una mota de polvo a mi alrededor.
Aquello
fue suficiente, suficiente para darme la esperanza de que de vez en cuando
volveríamos a ser uno. Volvería a oler su perfume mientras ella olerá el mío. Y
por esos instantes vivo, porque son los mejores momentos de mi existencia.
Lindo relato
ResponderEliminarMuchas gracias. Me alegro de que te guste. Un abrazo.
EliminarSiempre hay libros especiales a los que recordamos con cariño: El de nuestra primera lectura, el de esas preciosas ilustraciones, el que nos regalo aquella persona tan especial, o ese otro de tan cautivadora historia.
ResponderEliminarUn precioso relato en el que nos muestras la posibilidad que de alguna forma los libros también se enamoren de los seres humanos que los eligen.
"Los buenos lectores hacen a los buenos libros"
Un abrazo.
Es un relato de empatía, a veces solo vemos nuestro lado de las cosas, y no nos damos uenta de que nuestros libros, también pueden sentir. Un besillo.
Eliminar¡María! *-*
ResponderEliminarEs cierto... Muy muy cierto eso que describes, porque seguro que también lo has hecho también, como muchos lo hemos hecho: Abrazar un Libro.
Creo que es una Sensación Maravillosa, como si quisiera que te traspase cada Letra, como si pudieras protegerlo de cualquier Mano Maltratadora, como si solo fueseis Uno ;)
No sé... ¡Mira que soy una #MegaFan de tus Letras! Pero estas... Estas tiene un toque muy Mágico, muy Dulce, muy... Muy que te toca por dentro, como si fuera una Plumita que quiere dejarte una suave caricia...
¡MARAVILLOSO!
¡Besitines Gigantes! ^w^
María que relato más original y que bonito y sencillo escrito.
EliminarAyyy Campanilla, la verdad es que los libros son muy espsciales para mi, y quería hacerles un homenaje. Muchas gracias por tus palabras. Me encantan. Un besillo muy grande.
EliminarPilar muchas gracias por tus palabras y por pasarte a leer. Un placer tenerte por aquí. Un besillo.
Eliminar¡¡¡Woooow!!! María... Sin palabras.
ResponderEliminarEn serio, no sé ni que decir...
La idea es brillante, el modo es espectacular... Sensible, te transporta...
La confesión de un libro, el amor con el que está narrado. Reverencia. No voy a hacer un listado de adjetivos halagadores (podría hacerlo pero la lista sería interminable).
Te superas, Hermana de Letras...
¡Enorme abrazo!
Muchas gracias Hermano de Letras. Como ya te dije, dejar a un escritor sin palabras es el mejor de los halagos. No me hacen falta más. Me encanta que te haya encantado. Un besillo.
EliminarMe has hecho sentir como si fuera el libro, sus sensaciones de emoción, felicidad, tristeza y soledad. De ahora en adelante acariciaré más mis libros y no sólo cuando limpie. Quiero que estén felices como ellos me hicieron a mi en su momento. Gracias por este relato tan maravilloso. Beso.
ResponderEliminarA veces ser empáticos y ponernos en lugar del otro ayuda mucho, y cuando es un libro más todavía. Para mí los libros son especiales, y a veces no les dedico el tiempo que ellos se merecen. Un besillo.
EliminarUna interesante perspectiva para abordar el relato. Me ha gustado la parte en la que el libro menciona que le desvelaría todos sus secretos, ya que cobra un interés diferente cuando es un libro y no una persona quien desea dar a conocer sus secretos.
ResponderEliminarUn saludo María.
Otra perspectiva, totalmente la opuesta a la que estamos acostumbrados. Espero que te haya servido. Un besillo.
EliminarPrecioso homenaje a los libros. Se nota que tú los disfrutas como la chica del cuento.
ResponderEliminarMe encantan los libros, sobre todo los antiguos encontrados en sitios inesperados. Un abrazo.
EliminarUn relato conmovedor, María. Una historia de amor más allá de cualquier convencionalismo, sin moldes rígidos en los que encajar. Creo que si los libros sintieran (tal vez lo hagan) se verían muy bien reflejados en tus palabras. Sencillamente precioso!!
ResponderEliminarUn besillo enorme!!
Muchas gracias. Les he querido hacer un homenaje. Siempre somos nosotros los que los elegimos, querían que eligieran ellos por una vez. UN besillo.
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