Los estoy viendo venir, los veo por todas partes, me rodean, me asfixian, me
tienen a su merced. Y yo indefensa ante esos pequeños seres que no me dejan ni
respirar. Esos diminutos y pequeños entes que me revolotean y me acechan. Están
ahí, no los puedo ver, mi ojo humano es demasiado sencillo para poder verlos,
ellos son tan complejos, tan indescifrables.
Los veo riéndose de mí, sabiendo que no podré hacer nada cuando quieran invadirme, ni yo, ni los especialistas en estudiarlos. Son demasiados inteligentes, saben de mutaciones y de evolución más que ningún otro ser vivo, y por supuesto, más que nosotros los humanos. Ellos son los expertos en sobrevivir, los que nos ganarían en una invasión nuclear, donde todo ser vivo moriría menos ellos, bueno ellos y parece ser que las cucarachas.
Y ahí están, sin darme tregua, sin avisar, entran en mi cuerpo hasta llegar a mis pulmones, hasta dejármelos helados y lentos, llegan hasta mi estómago, dejándomelo revuelto, llegan hasta mis brazos y mis piernas dejándomelas entumecidas. Llegan a mi cerebro, dejándolo débil y chicloso, sin ninguna esperanza de que pueda pensar, recordar, y no hablemos de razonar o idear algo en condiciones.
Si, hablo de ellos, de esos pequeñajos, de esos a los que tememos todos, y sobre todo las madres. Esos a los que los médicos y pediatras llaman virus. Si, los virus, esos que quieren dominarnos convirtiéndonos en pequeñas piltrafas, que andan arrastrando los pies.
Porque señores los virus con los niños pequeños están a la orden del día. Están en todas partes, pero ¿qué haces cuando a la que atacan es a ti, a la mama? Sí, a la que tiene que llevar a las peques al cole, a la que tiene que limpiar y hacer la comida, a la que tiene que inventarse juegos para pasar la tarde.
Sí, porque los virus no dan tregua, pero mis hijas tampoco. Ellas siguen
activas, mucho más activas porque no han salido, debido a que mi malestar no me
deja ni poner un pie en la calle. Ellas, las pobres quieren mi tiempo, jugar
conmigo, mientras me arrastro por la casa y todo se ralentiza, voy a cámara
lenta, y a ellas las veo como si alguien le hubiera dado al Rewind del mando.
Intento ponerles una peli para que se entretengan, pero no da resultado, no
están acostumbradas a estar sentadas mucho tiempo.
Así que pasamos la tarde como podemos, ellas saltando en el sofá y trayéndome de todo y yo intentando respirar entre el montón de pañuelos usados, y digo pañuelos por no decir que tengo un rollo de papel higiénico a mi lado casi vacío. Llega su padre, mi salvación, mi héroe, con su bolsa mágica de jarabe asqueroso para mi tos de perro y alguna pastilla efervescente para mejorar mi malestar. Mis hijas se ofrecen a cuidarme, a darme ellas las medicinas, y ya está otra vez la pelea, de yo se lo doy, no, se lo doy yo,...
Consigo ingerir todo lo que me dan sin rechistar, poniendo muecas mal disimuladas, para que cuando les toque a ellas no me digan que no les gusta. El buen papa se va a hacerles la cena, y mi hija mayor se acuerda de que tienen un maletín de médicos. Así que toca momento médico, van las dos a tomarme la fiebre, a mirarme el corazón, a mirarme los dientes, la garganta, el oído, todo lo que se les ocurre, mientras se echan encima para poder llegar mejor, con los consiguientes golpes, empujones y demás.
Se dan cuenta de que estoy muy destapada, y después de echarme todas las mantas que encuentran en el sofá y alrededores, me echan encima los cojines y objetos varios, que según ellas me darán calorcito. Y todo ello con mis virus pululando buscando a la próxima víctima. Ellas están muy cerca. Esperemos que estos diminutos perversos no encuentren su nuevo objetivo.
Debajo de todo eso, estoy yo.
Ayyyyyyy, pobre. Yo soy la que pilla los virus de los que ellos se libran.
ResponderEliminarHace tiempo, cuando mi hija fue de viaje de estudios a Londres hubo un virus que atacó a más de la mitad de los compañeros, a todas sus compañeras de habitación y a un montón de ellas, y mi hija, nada de nada, en cambio yo lo pillé mientras esperaba con ella en el aeropuerto, y no fueron más de diez minutos. Estuve fatal, tuve que ir a urgencias y todo. Y como esa vez muchas otras, ainnnns.Un besín.
Yo no suelo ponerme mala, generalmente es el papa el que los pilla todos. Se ve que mis refuerzos de playa ya están fallando. Tendremos que empezar a ir de nuevo. Un besillo.
Eliminar¡Tienes una paciencia de Santa! ¡Aiiiix! ¡María! u.u
ResponderEliminar¡Maldito virus! ¡Malditos malosos que no te dejan en paz! ¡Me entran ganas de meterte en una cápsula protectora para que te llenen de mimos y te pongas buenina muy pronto!
¡Tienes toda mi admiración! Es que... Cada vez que leo estas cositas tuyas, no puedo evitar pensar en mi mami... ¡Y en todo lo que las mamis hacéis por vuestros Peques! *-*
Espero que esos bichejos malosos se vayan lo más rápido posible... ¡O tendremos que enviarte un cargamento de papel higiénico de momia! ¡Qué es super efectivo! ;P
¡Muchísimooooos ánimos curativos para tiiiiiiii!
¡Besitos! ;)
PD: Quiero que sepas que, aunque tardo la vida en responder a los comentarios de las entradas (Soy un desastre u.u), gracias a ti y a tu petición, voy a escribir el "No Quiero Ser Santa II"... ¡Gracias!
El cargamento de papel higiénico de momia es lo mejor para estos casos. Pero no te preocupes, he recibido tus mimos desde aquí, desde la lejanía, y con eso y un poquito de medicinas, que como nunca tomo, hacen efecto antes, estoy mucho mejor. Por cierto, me encanta que sigas la historia, deseando leer la segunda parte. Esos dos amantes merecen una segunda oportunidad. Un besillo muy grande guapa.
EliminarJo María, siento que estés tan mal, pero lo cierto es que lo cuentas de un modo que me da risa. Me da risa y me trae recuerdos...
ResponderEliminarA mi madre se le bajaba mucho la tensión en verano, se quedaba medio muerta la pobre, y a la hora de la siesta íbamos las cuatro hermanas a su cama a "hacerle compañía". Lo que en realidad hacíamos era charlar, revoltosear, subirnos y bajarnos mil veces de la cama, hacerla rabiar dicéndole que nos íbamos a repartir la chatarra de su monedero y sí, también jugar a los médicos con su pobre cuerpo desvencijado. A ella le daba risa, llamaba a mi padre con un hilo de voz, y nosotras seguíamos así hasta que nos cansábamos y nos íbamos. Una auténtica tortura que compruebo no era exclusiva nuestra jajajaja. No sé cómo no matamos a mi pobre madre. Supongo que porque la paciencia de todas las madres del mundo es infinita :)
Espero que te mejores y que los bichitos invisibles pronto te den una tregua!!
Un beso enorme!!
Ay Julia me ha encantado tu historia. Seguro que a tu madre le encantaba que os subierais a la cama con ella. Creo que a las madres os gusta tener a nuestros hijos alrededor, aunque estemos pachuchillas. Pero ellos son lo mejor de la vida, los que nos hacen reír cada día. Por cierto, ya estoy mejor. Un besillo muy grande.
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