Antonio era un
hombre feliz, de esos que van sonriendo por la calle con unos cascos puestos
mientras tarareaba. La gente que pasaba por su lado y lo miraba, sin quererlo, una
sonrisa se dibujaba en sus labios. Sin pretenderlo, Antonio les había alegrado
el día. Su felicidad era contagiosa.
Así era él, un
hombre que daba sin esperar nada a cambio. No le importaba que la gente no le
devolviera los favores, él lo hacía porque quería, no por obligación. Era feliz
haciendo feliz a la gente.
Su vida era
perfecta. Después de estudiar mucho había conseguido un buen trabajo en una
oficina. Era un trabajo monótono, pero solo iba por las mañanas, así que tenía
todas las tardes para disfrutar de su familia.
Su familia era lo
más preciado para él. Él, que se había criado en una casa de acogida, valoraba
la familia por encima de todo. Se había casado con el amor de su vida, con la
chiquilla de las coletas que le quitaba el sueño en el colegio. Ahora era su
mujer y le había dado tres preciosos hijos.
Su mujer, al contrario que él tenía una familia enorme, era la quinta de
siete hermanas, todas niñas, y cuando se juntaban todos era una locura.
Pero un día todo
su mundo se vino abajo, sus hijos se habían ido de excursión a una granja
cercana. El autobús cayó por un barranco y los cincuenta niños que iban dentro
murieron en el accidente. Entre ellos los trillizos de Antonio.
Aquello fue una
desgracia para toda la ciudad. Pero sobre todo para aquellos padres que habían
perdido a sus hijos.
La mujer de
Antonio, Laura, se quedaba los días encerrada en casa llorando la perdida de
sus tres niñitos. Antonio se iba a trabajar y cuando llegaba por la tarde,
intentaba sacar a su mujer de su letargo, pero esta no se dejaba.
Los amigos que antes tanto los llamaban,
dejaron de hacerlo. Antonio dejó de sonreír por la calle. Ya no escuchaba música.
Había cambiado los cascos por un cigarro. La gente ya no lo miraba. Lo
evitaban.
Un día, después
del trabajo, su mujer le esperaba en el
salón. La alegría le invadió de nuevo el corazón. Saldrían de aquello. Pero
pronto se dio cuenta de que no era lo que él creía. Las maletas en la puerta no
presagiaban nada bueno. Laura se iba.
- No soporto
mirarte, me recuerdas tanto a ellos… Me voy de la ciudad, no quiero ver a mi
familia. Ellos no entienden por lo que estamos pasando. Necesito salir de aquí
o me ahogaré.
Por mucho que
Antonio le dijo, por mucho que le prometió, Laura salió de la casa y de su
vida. Los días siguientes fueron los peores. La familia de Laura no paraba de
llamar a Antonio para preguntar donde estaba. Para echarle en cara que él era
el culpable de todo. Y sin embargo el aguantó todos los desprecios.
Hasta que un
día, cuando llegó a su casa vio algo brillante debajo del sofá. Se agachó a
cogerlo. Era un lazo con purpurina de su hija. No pudo evitarlo más y se
derrumbó.
Dos semanas más
tarde la policía entraba en su casa. Un olor nauseabundo alertó a los vecinos.
En cuanto abrieron la puerta se dieron cuenta de que la casa estaba encharcada
de agua. Encontraron el cadáver de Antonio en su cama, estaba disecado, rodeado
de colillas y algo muy extraño, el agua que lo invadía todo, era agua salada.
Muy triste pero precioso.Bien pensado.
ResponderEliminarMuchas gracias Paola. Me ha costado un poco, viendo la imagen no se me ocurrían muchas cosas.
EliminarMe has dejado sin palabras y con los ojos llorosos, de verdad. Me ha encantado, a veces necesitamos llorar... Gracias.
ResponderEliminarAbrazo grande, Compi.
Siento haberte hecho llorar, pero si era lo que necesitabas, me alegro de haberte servido de ayuda. A veces no podemos evitar dejar parte de nosotros en nuestros textos. Se nos nota cuando tenemos un mal día y uno bueno. Un besillo muy grande Compi. Y a secar las lágrimas.
EliminarUfffff que triste. Me gusta mucho, está genial pero me da una angustia...
ResponderEliminarBesos.
Muchas gracias. Siento haberte causado tanta angustia. Un besillo.
EliminarBelo e triste...
ResponderEliminarMas essa imagem não remete a coisas alegres!
gostei muito!
Parabéns!
Abraço
Muito obrigado pelas suas palavras . Para mim , a imagem é pago para algo triste. Um abraço.
EliminarQué triste y a la vez qué poético, María! Eso sí que es morir de amor... por tu familia :)
ResponderEliminarMuy bueno, un abrazo!!
Muchas gracias Julia. Sí, una muerte por amor. No creo que haya nada peor que perder a tu propio hijo. Un abrazo.
EliminarMe ha gustado mucho este triste relato Maria, una trágica historia escrita de maravilla, que he leído con gran placer.
ResponderEliminarUn saludo y una :)
Muchas gracias Benjamín. Y bienvenido por estos lares de nuevo. Un abrazo.
Eliminar